Fachadas de tierra
No vive ya nadie en esta casa -me dices-; todos se han marchado. La sala, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues todos han partido. Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres.
Cesar Vallejo
Fotografías realizadas en la sexta región.
El presente es un trabajo de exploración del territorio de la sexta región y las 33 comunas que la conforman, a través de un registro tipológico de su arquitectura vernácula que se encuentra en riesgo de desaparecer y que en este lugar tiene una identidad fuertemente marcada por su materialidad: la tierra.
Las imágenes de este proyecto buscan preservar esa última huella en la que se conserva el devenir, retratando la degradación de la materia evidenciada en fachadas de barro que resisten el tiempo, las sacudidas de la tierra y el abandono que provoca el desplazamiento del hombre hacia la ciudad. Rescatarlas del olvido, haciendo patente esa particular belleza que origina el paso del tiempo: la de la grieta, el moho, la ruina. El deterioro como huella tangible del fluir del tiempo.
Adobes, adobillos, tapiales, quinchas o cualquier otro sistema constructivo que tenga como base la tierra cruda conforman el universo material del que están hechas las construcciones que aquí se retratan. Así, la materialidad se convierte en objeto de reflexión sobre las costumbres de construir y habitar un territorio, centrándose en las marcas o huellas como vestigios de un remoto habitar. De este modo, se construye memoria desde la huella.
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La arquitectura del valle central se origina con la llegada de los colonos españoles a nuestro territorio. Al fundarse Santiago de la Nueva Extremadura, en febrero de 1541, los españoles levantaron sus primeras construcciones con materiales ligeros tales como madera y paja, puesto que, al no encontrar metales preciosos en esta región, sus intenciones de permanecer en este territorio eran tenues. Estas señales materiales fueron interpretadas de esta forma por los pueblos indígenas, quienes supusieron que podrían expulsar a los invasores del lugar con un poco de esfuerzo. Así, el 11 de septiembre de 1541, el Weichafe Michimalonko comanda la primera acción militar mapuche en contra del ejército español, atacando la recientemente fundada ciudad de Santiago que resultó completamente incendiada y destruida. Si bien no se logró expulsar a los invasores, esta experiencia forzó a los españoles a tomar una decisión en cuanto a su permanencia en este lugar. La actual capital de Chile fue finalmente reconstruida, solo que esta vez se dejaron de lado las frágiles palizadas de madera y en su lugar se construyeron gruesos muros de adobe. El mensaje era claro: “tierra cruda puesta para la protección del conquistador y su proyección de habitar en ella” (p.90)[1]
El uso de adobes como material de construcción se replicó rápidamente en toda la región, emergiendo como resultado un paisaje característico que se ha proyectado hasta la actualidad. La tierra cruda se convirtió en un insumo clave en la formación del mundo rural chileno al ser la materia prima con la que se construyó el ordenamiento territorial, principalmente a través de la construcción de las haciendas, una forma de organización económica autosuficiente típica del sistema colonial español basada en la explotación agrícola y ganadera, que impero en el campo hasta buena parte del siglo XX. Las haciendas eran grandes estructuras de adobe llamadas también “casas patronales”, éstas se encontraban situadas en amplios terrenos de tierra en donde se fusionaba el uso productivo con el residencial, dando paso a un sistema de ordenamiento jerárquico estratificado en clases sociales conformadas por patrones, inquilinos y peones. Con el pasar del tiempo, los campesinos que trabajaban al interior de las haciendas comenzaron a construirse sus propias casas alrededor de éstas dando paso a los actuales poblados.
Éste patrimonio vernáculo, que proviene generalmente de las clases bajas y medias de la sociedad, no es considerado valioso por el modelo económico actual, a no ser que esté relacionado a algún tipo de turismo patrimonial, en cuyo caso lo transforma en un bien de consumo. Si bien en el último tiempo estos enfoques han comenzado a cambiar, hasta el día de hoy, las construcciones en tierra – dejando de lado las grandes casas patronales – han tenido que cargar con los estigmas y prejuicios que las asocian a la pobreza, al atraso, y a la supuesta fragilidad de su materia, sin considerar todos sus beneficios ambientales, técnicos y económicos.
Debido a la falta de protección derivada del poco valor que se le ha atribuido a esta arquitectura, los distintos terremotos que han sacudido a la zona central del país han provocado un cambio drástico en el paisaje de la región, arrasando con buena parte de su identidad arquitectónica por la pérdida y deterioro de centenares de estas construcciones. Hoy, a ocho años del último terremoto, muchos de estos lugares se encuentran aún abandonados, olvidados, a la espera de una demolición o de que el tiempo finalmente haga su parte.
Las casas que se retratan en este proyecto corresponden principalmente a viviendas comunes que se encuentran fuera del ámbito emblemático y que han quedado fuera de todo proceso de reconstrucción. Es esta arquitectura, la de la gente anónima y trabajadora, la que está en riesgo de desaparecer del paisaje rural al ser reemplazada por viviendas que privilegian el uso de otro tipo de materiales más agresivos (como el hormigón o el concreto). El mercado económico actual ha incentivado el uso de este tipo de materiales menos sustentables y ajenos al hábitat local, impulsando también otras industrias, como la forestal, que tienen un impacto mucho más nocivo para el medio ambiente.
En lo formal, este trabajo consiste en registros visuales completamente frontales, realizados en un encuadre similar y serializado a modo de catálogo tipológico. De esta forma, este trabajo de recopilación se estructura como un archivo en donde su significado más profundo no se consigue a partir de una imagen única sino del conjunto.
Desde la fotografía hay también un tipo de reconstrucción visual, en el sentido en que no son imágenes obtenidas de forma directa, sino que se construyen mediante el ensamblaje de varias imágenes, y por lo tanto perspectivas, realizadas secuencialmente a través del desplazamiento en el tiempo y el espacio. Esto produce que todos los elementos de estas casas se encuentren centrados en una imagen imposible, lo que las idealiza y las convierte en símbolos de sí mismas.
Lo que se busca es resignificar y valorizar un tipo de arquitectura popular que estamos acostumbrados a pasar por alto en nuestra cotidianidad, pero que es importante preservar, pues es parte de un imaginario rural que está despareciendo lenta y silenciosamente. Y pareciera ser la fotografía, que funciona como un vehículo de la memoria al permitir fijar para el mañana nuestro presente, el medio apropiado de preservación simbólica de un corpus visual que adquirirá valor en el tiempo al transformarse en un documento social que da cuenta de la historia y la identidad local de un territorio.
[1] Lacoste, Pablo; Premat, Estela, Bulo, Valentina. “Tierra cruda y formas de Habitar el reino de Chile”. Universum Vol. 29, Nº 1, 2014, Universidad de Talca. pp. 85 a 106.